Todos las llevamos, más o menos escondidas, más o menos grandes, más o menos jodidas.
No podemos elegirlas. Pero sí podemos elegir qué hacemos con ellas.
Podemos dejar que nos duelan para siempre, o que nos desfiguren.
Podemos llevarlas con orgullo, como si fueran condecoraciones.
O podemos usarlas para madurar y ser mejores. Yo elijo esto último.
(Tengo de quién aprender).