16 sept 2012

Destino

Nació en la noche de la conjunción de las tres lunas con los dos soles (algo que sólo ocurre una vez cada mil años), y en el instante en que nació el cielo se tiñó de rojo. Era el séptimo hijo de un séptimo hijo, aprendió a hablar con menos de un año y con ocho debatía con los sabios la interpretación de la ley.

Desde el principio, tanto él como todos los demás supieron que era Aquél al que se Referían las Profecías, y que estaba llamado a cambiar el mundo.

Hoy se dirigía a la Plaza de los Oradores a hablar por primera vez a la multitud cuando fue atropellado por un carro de un mercader de vinos cuyos caballos se habían desbocado. El mercader juraría más tarde que hacía mucho que esos caballos habían pasado sus mejores años, y que nunca les había visto correr ni siquiera un trote cochinero.

No puedes escapar del Destino, pero él sí puede escapar de ti.